La Dispute, by Yann Tiersen

Mi pieza favorita del fabuloso soundtrack de Le fabuleux destin d’Amélie Poulain es quizá un poco deprimente para un viernes. Y más para un viernes de quincena. Pero hoy también es el último viernes de «Instrumental» y no podíamos despedirlo mejor, creo. Tiersen creó uno de los scores más bellos de la pasada década para una película que no podemos explicar en nuestros tiempos. La Dispute adorna la secuencia de créditos iniciales. la secuencia de los pequeños momentos. Aquellos que valen la pena. Aquellos que se van sí que nos demos cuenta. 


Mi consejo es que los aprovechen. Y que cultiven el amor por pequeños placeres de la vida. Y es que, ya saben, Les temps sont durs pour les rêveurs.


Buen fin de semana.

La lotería de los penales y lo importante del saber ganar

Espanaeuro2012

¿Cómo explicar lo que ocurrió hoy, en la semifinal de la Euro disputada en Ucrania? Portugal dominaba en el tiempo reglamentario, con un futbol física y practico que tuvo en jaque a la actual campeona de Europa y el mundo. España, casi sin ideas, desesperada por momentos, habiendo cambiado de planteamiento en el juego de manera radical (comenzaron con Negredo de titular y acabaron sin ningún 9 natural), estuvo a punto de sucumbir en la última jugada del partido, cuando un desdoble de los lusitanos los puso con ventaja en el ataque. Pase para Cristiano (un pase que se quedó corto, la verdad) Y Cristiano… la falló. Repito: no fue el mejor pase pero para lo que es Cristiano Ronaldo, creo que debió meterla.

España sufrió, pero en realidad fue un partido muy parejo. Y digo que sufrió porque España sufre cuando no tiene la pelota (lo mismo que el Barcelona). Portugal le quitó el balón, le jugó de tú a tú y atrás lo inutilizó (Pepe, la verdad, es el mejor central del mundo; solo que a veces se vuelve un poco loco, ya saben). Pero al final fallaron la que esperaban. La que no debía fallar.

(Recuerdo aquella final de la Copa del Rey entre el Madrid y los catalanes, con dominio azulgrana hasta que Cristiano metió el gol del gane en tiempo extra. Claro que haya fue con un pase increíble -de Alonzo, creo. Aquí… pues no se pudo.)

Tiempo extra: dominio español. Portugal terminó agotado y pidiendo la hora. Y entonces los penales. Rui Patricio, el portero lusitano (quién con una parada fenomenal mantuvo el cero en su puerta) le detuvo el primer penal al único Xavi que quedaba en la cancha (Hernandez salió de cambio). Después vino Casillas a poner orden. Nadie parecía capaz de anotar. Pero Iniesta lo hizo. Y Pepe también. Y Piqué (sí, el mismo que se tira –supongo que seguido- a Shakira). Y Nani. Y luego anotó Ramos, a lo Panenka, demostrando unos yarbles enoooormes. Y luego falló Bruno Alves, el otro central, el otro guerrero del juego. Y después vino Fabegras.

Y España está en la final.

España sufrió, como lo ha hecho en todo el torneo, pero ya está en la final. Y esto es un gran avance si consideramos que hace no mucho (antes de la pasada Euro, para ser precisos), los españoles parecían sufrir permanentemente de la llamada “maldición del perdedor”. O de ser eternos “ya merito”, que es lo mismo en esencia. España jugaba bien y era favorito en cada torneo al que se paraba, pero nunca ganaba nada importante. Vamos, nunca pasaba de cuartos (ni en Mundial, ni en Eurocopa). Por mala suerte, por superioridad del rival, por los penales, por un golazo de los contrarios… you name it. Por lo que fuera, España siempre jugaba como nunca y perdía como siempre.

¿Les suena familiar?

Ahora, claro, es diferente. España puede ser superada (como en el partido contra Croacia), puede no jugar bien (como contra Francia), puede estar a punto de perder (como en el juego de hoy), pero gana. Siempre parece tener a la suerte de su lado, que era lo único que le faltaba antaño. Lo que siempre es importante. España le ha ganado a sus grandes bestias negras, como Italia o Alemania o los mismos franceses. España ha superado sus traumas respecto a las tandas de penales (su historia esta llena de tragedias desde los once pasos) y se ha posicionado por derecho propio como la mejor selección del mundo. Y sí, es gracias a su futbol, pero también gracias a la Fortuna, que ha decidido ponerse de su lado, quizá por su mentalidad ganadora. Quizá porque esta generación de futbolistas españoles sí se la creé. Y lo hace.

La mentalidad ganadora parecía siempre estar de lado de los alemanes, igual que la Fortuna, ya saben, desde el Milagro de Berna (“¡A la BatiWikipedia, Robin!”), pero últimamente les ha estado jugando malas pasadas. Solo recuerden al Bayern, cayendo en la final de la Champions en penales, cuando ningún equipo alemán de la historia había perdido una tanda de penales en la Champions. Solo recuerden su Mundial, el de Alemania 2006, siendo eliminado por los italianos. Solo recuerden el miedo con el que jugaron contra España en las semifinales del Mundial pasado y el precio que pagaron por ello. Esta es, quizá, la segunda mejor generación de futbolistas germanos de la historia y mañana tiene su cita con la historia: ganarle a su coco (Alemania nunca ha eliminado a Italia de una competencia oficial… vamos, ni siquiera le ha ganado). Si lo hacen, pues creo que también pueden vengarse de los españoles en la final del próximo domingo. Si no…. pues creo que serán otra selección “ya merito”.

Lo cual sería hasta sarcástico, vaya.

Como sea, los penales otra vez se hacen presentes. ¿Son una lotería? No lo creo. Los penales dependen de técnica, claro, pero más que nada de mentalidad. Porque cualquiera mete penales en los entrenamientos o en el gol-para de la calle, pero es diferente en un estadio, enfrente de miles de personas (y millones observando por la tele). Es ahí donde se separan los niños de los hombres y es ahí donde hasta los grandes han fallado. Solo vean los videos del Mundial de México 86.Los penales no son una lotería, pero son xodidamente injustos. Porque todo está a favor del portero y todo en contra del tirador. Porque si le meten todos al portero, pues no hay problema, ya que es lo natural, incluso si te marcan tres de cinco al estilo Panenka.

Pero fallar un penal es alterar el curso natural de las cosas.

Hoy, Cristiano se volvió a quedar en la orilla. Portugal, otra vez, jugó como nunca y perdió como siempre. Y España ganó como ganan los grandes: con futbol y también con algo de suerte. Iker es grandioso, lo mismo que Fabregas y el propio manchego Iniesta, por más que sea blaugrana. Estos cabrones han vencido su tradición perdedora y se han hecho grandes en el deporte favorito de su nación, el que históricamente les había causado más lágrimas de dolor e impotencia. Ahora son otros tiempos. Y me pregunto: ¿México cuando aprenderá a ganar? Pues eso solo el tiempo lo dirá, mi lic, pero la generación de ahora me da esperanza. Así las cosas. 

Por cortesía preferimos creer que no hay héroes ni villanos en el futbol. Pero los hay. Y quizá sea eso lo que nos hace amarlo tanto.

Gran juego en de hoy. Mañana se espera otro igual.

Y Dios nos regaló a The Beatles

The-beatles

La cosa con The Beatles es que tienen, al menos, una canción perfecta para cada momento memorable de la vida, no importa si es bueno o malo, trágico o feliz. No importa si solo pasa en nuestra cabeza o es una tormenta de mierda que nos rodea. No importa si es una boda. O un funeral. La canción es perfecta para ese momento. Y no importa si la letra es simple o si el estribillo se repite ad infinitum. No importa si la compuso John o Paul. O los dos. O alguno de los otros dos. Ni siquiera importa si es un cover (porque ellos también grabaron covers). Simplemente son perfectas. Eso es lo que se define como  el soundtrack de nuestras vidas. Y eso era tan cierto para una teen sesentera como para un veinteañero del 2012.

Son atemporales, lo cabrones.

Yo crecí con ellos, claro. Madre y Padre son muuuy fans. Pero más que eso, la música de los Fab Four ha crecido en mí. Lentamente. A lo largo del camino. He aprendido a apreciarlos, a admirar las sutilezas, la maestría de su sencillez, la genialidad de su obra. Aprendí inglés gracias a sus letras. Y no aprendí a tocar ningún instrumento porque soy un tarado para eso, pero ellos me llevaron a intentarlo. Gracias a eso puedo decir que Los Beatles si son la banda. LA BANDA. No solo ahora, aunque nadie sabe lo que pasará cuando las cucarachas gobiernen la Tierra. No obstante, hay varias cosas que sí sé, como que por supuesto tengo una copia de The Beatles: Rock Band. Oh sí. Y que Revolver es una cabronada tamaño Finnegan’s Wake. O que amo ver a Ferris Bueller cantando “Twist and Shout”. Y que la frase “You’re waiting for someone to perform with” en ciertos momentos de la vida es… perfecta. Y ahora sé que ver la atenta cara de mi sobrina al escuchar las piezas del Sargento Pimienta es una felicidad inaudita. Amo escribir historias con la música de Los Beatles de fondo. Escribir sobre una chica cualquiera y preguntarme: ¿con qué canción se acordará de su papá, con “Blackbird”, con “Octopus’s Garden” o con “I am the Walrus”? Sé que escuchar demasiado a Los Beatles puede ser dañino (por ejemplo, fomenta la tartamudez), que Wes Anderson creó una escena de cine sublime con un cover semimudo de “Hey Jude” y un halcón de nombre Mordecai y que las líneas “Found my coat and grabbed my hat/Made the bus in seconds flat/Found my way upstairs and had a smoke/Somebody spoke and I went into a dream” no suenan tan especiales en papel, pero adentro de “A Day in the Life” son realmente bellas. Mi Beatle favorito es John. Pero admito que Paul tenía una voz chingona. Nunca le encontré chiste a Ringo, y siempre fui demasiado noob para entender la “genialidad” de George. “Penny Lane” es linda, pero Kate Hudson es más linda en Almost Famous. Y ya saben, “the only true currency in this bankrupt world is what you share with someone else when you’re uncool”…

Si yo fuera cristiano diría que Dios nos regaló a The Beatles. La verdad es que no lo soy, pero me gusta como suena. Pero sí estoy seguro de que el mundo es un lugar más interesante gracias a ellos.

Pongan aquí su canción favorita del Cuarteto. Seguro se la saben de memoria.

Keep calm and find yourself a Mr. Darcy

Mrdarcy

Y bien: lunes.

Y en los cuartos de final de la Euro me fui dos de cuatro. Ya sabía que lo de Francia eliminando a España iba a estar difícil, pero aún así los galos me decepcionaron y feo. Un equipo sin alma y con serios pedos internos, la verdad es que terminó siendo una vergüenza, sino tan grande como la del Mundial pasado, sí del calibre. Hasta el Castilla les hubiera ganado ese partido. Por otro lado, los ingleses decidieron aplicar el catenaccio a los italianos y casi les sale, hasta eso. La verdad es que el joven equipo ingles solo pudo competir durante los primeros 20 minutos y después todo fue atrincherarse y esperar lo mejor. Italia juega bastante bien, hasta eso, y demostró ser superior. La defensa inglesa aguantó hasta llegar a los penales, pero ahí los viejos demonios atacaron de nuevo e Italia pasó a semis. Es una lástima por Gerard y compañía, pero es la historia de siempre con ellos. La verdad es que ya ni extraño se me hizo.

Semifinales: el miércoles Portugal-España. Si Portugal juega a tope, le puede ganar a los españoles. Esperemos que pase. Y el jueves, un clásico: Alemania-Italia. Y es que aunque los germanos luzcan favoritos, históricamente Italia es su bestia negra. Espero un juegazo.

Así las cosas. Hoy salió el sol, por cierto. Para que dejen de quejarse.

Prometheus

Prometheus

En el contexto del cine geek, las películas de orígenes son complicadas, quizá porque suelen ser poco emocionantes. Pienso en el Batman Begins de Nolan, que de los 140 minutos de duración dedicó 100 al génesis de un héroe que todos conocemos. O qué tal el mongólico X-Men Origins dedicado a Wolverine –por no meterme en el horrible fenómeno de la precuela que popularizó el Episodio I. ¿Cuál es la necesidad de hacer “precuelas” de Alien  o (gulp) secuelas de Blade Runner?

(Supongo) Ridley Scott tiene la respuesta. Después de ser hypeados miserablemente, llegamos al fin al estreno de Prometheus, la historia de origen de Alien, uno de los filmes esenciales de la ciencia ficción. Alien fue estrenada en 1979 y, si bien no la recibió amablemente la crítica en aquel momento, fue haciéndose de un frondoso culto a medida que avanzaron los años. En estas fechas, la comunidad nerd de nuestro país se congregó desquiciada en torno a las posibilidades de la historia y las múltiples preguntas que dejó al aire. ¿Los ingenieros o forerunners crearon o no la vida en la Tierra? ¿Ese ingeniero que intenta salir de la atmósfera con un supuesto arsenal de armas biológicas a bordo intentaba o no iniciar el Apocalipsis en nuestro planeta? ¿Esos proto-facehuggers son la antesala del xenomorfo? ¿Qué demonios es ese moco negro que pulula a bordo de la nave extraterrestre?

Me he metido de golpe a la controversia porque el encanto de Prometheus y su propia construcción está hecha en torno a preguntas sin responder e hipótesis abiertas sobre la propia trama y las motivaciones de los personajes. En el brutal arranque de la película, que visualmente es un maldito triunfo por si solo para Ridley Scott, vemos a un humanoide de piel lechosa parado al borde de una cascada. Después de mostrarnos su sixpac, procede a tomarse un crème brulée de moco negro alienígena. El moco parece devorarlo internamente por lo que el tipo se derrumba sobre la cascada iniciando algún tipo de… reacción. ¿Le está dando la vida a ese mundo o se la está quitando? No lo sé. Es más: ni siquiera hay manera de saber si aquella escena sucedió en la Tierra o en algún otro mundo de la galaxia. Los motivos del forerunner están ocultos.

Como averiguamos poco después, estas especulaciones vienen al caso pues Prometheus en buena medida se trata del origen de la vida y la búsqueda de preguntas. Lo cual la acerca mucho a 2001: Odisea del espacio. En el filme de Kubrick, sin embargo, sí vemos si no el origen de la vida, al menos el origen de la inteligencia –un monolito extraterrestre “potencia” a nuestros antepasados primates, acelerando su evolución. En Prometheus no hay evidencia ni escenas como la de los changos de 2001, pero los dos científicos/personajes principales, aseguran que una raza extraterrestre creó al hombre. ¿Por qué? Pues porque se les pega la gana. Por si fuera poco, juntando dibujos rupestres de varios miles de años que han hallado en distintos lugares en el mundo, logran armar un “mapa estelar” (¿uh?) y, además, salen con la idea de que es un llamado, una invitación. ¿Por qué? De nuevo, porque se les pega la chingada gana. En 2001: Odisea del espacio, los forerunners dejan un monolito en la Luna, el cual, una vez que es descubierto por los humanos, lanza una señal que llega a un punto muy concreto del sistema joviano en Júpiter. Una pista muy clara de que los hombres deben de construir una nave espacial y lanzarse a la exploración, lanzarse hacia allá. En Prometheus no hay pistas claras, pero un millonario corporativo excéntrico (que hace eco a tipos como Richard Branson, Paul Allen o Elon Musk) decide poner un trillón de dólares para montar la nave espacial Prometheus y una expedición.

El encanto de Prometheus, les decía, es que abre el abanico de las hipótesis, y eso es maravilloso. Lo digo con toda honestidad, porque soy del tipo de persona que puede amanecerse discutiendo sobre las posibilidades de la ficción, y no solo eso, lo continúo haciendo durante semanas, meses, años. Sin embargo, me dolió que los motivos de la propia expedición fueran tan endebles. O que el capitán del Prometheus decida hacer una misión kamikaze contra la nave alienígena nomás porque la científica que lleva ocho horas en estado de shock le asegura que LOS INGENIEROS VAN A EXTINGUIR LA VIDA EN LA TIERRA. Los forerunners, lechosos, calzonudos y con abdomen de lavadero, podrían haber sido a su vez científicos que experimentaban con el moco negro alienígena y que en verdad no daban un pepino por la vida en la Tierra. A lo mejor el fulano lo que quería era huir con sus muestras. ¿Y cómo le hizo el personaje de Noomi Rapace para llegar a conclusiones como que aquel NO era el mundo nativo de los ingenieros y que entonces tenían que ir para allá? Me parece genial que Prometheus tenga todo el mojo de ponernos a discutir sobre de qué se trató en verdad el filme. Simplemente siento que sus personajes tienen las peores teorías al respecto.

Y ese es el otro departamento que me hizo decir “oh shit”. Noomi Rapace y Michael Fassbender se llevan por completo la película, claro. Más Fassbender, quien después de poner a temblar a chamacas alrededor del mundo con Shame, ahora ejecuta escalofriantemente a la perfección a un androide de Weyland-Yutani Corp., y uno digno de la serie Alien. El robot hace lo suyo y traiciona a quien deba traicionar. Y termina sin cabeza, lo cual es un maravilloso elemento que conecta a Prometheus con la serie Alien. Porque esto no es Alien: es una historia asociada con Alien, a lo mucho un spin-off que se desarrolla en el mismo universo pero que no depende de Alien para desarrollarse. En ese sentido, para mí ni siquiera es una precuela. Otros bonitos guiños de ojo: Noomi Rapace corriendo por los pasillos en calzones (¿era una venda lo que traia puesto?), y la escafandra de uno de los otros doce personajes de relleno derritiéndose ante el rocío de un líquido ácido…

Les decía: personajes de relleno. Ninguno despega, con excepción de los mencionados Rapace y Fassbender. Charlize Theron: ¿de qué diablos se trató su personaje? No equilibra las intenciones y las acciones de los demás, no es enteramente friendly ni enteramente villana, y no cambia el curso de la historia. Solo fríe a un tipo con un lanzallamas. Y tiene una muerte estúpida.

O quizá haya sido otro robot. Uno puede especular cualquier cosa con esta película.

Por suerte, hay otras razones para amar Prometheus. En primer lugar, ¡al fin sabemos de dónde proviene el legendario “Space Jockey”! (Lean aquí un post que hice al respecto.) Es imposible no amarla SOLO por eso. Por otro lado, los momentos de tensión ejecutados con toda la mano de Ridley son magistrales. Y la primera parte, la del descubrimiento del interior de la nave, me recuerda tanto a los horrores de H.P. Lovecraft. En la obra de Lovecraft, los Antiguos (una raza extraterrestre) son capaces de crear vida mediante algún tipo de ingeniería genética. Una de sus monstruosas creaciones, los “Shoggoths”, a la postre se rebelan y provocan su extinción. ¿Les suena a Prometheus? Lo que más amé del filme fue sentirme como adentro de una fantasía lovecraftiana hermosamente fotografiada y producida.

Y esto me lleva, finalmente, a los visuales. Dudo que alguna película este año entregue la imaginería que nos dio Prometheus: la secuencia inicial, la primera exploración de la nave espacial, los long shots de la meseta del mundo en el que aterrizan, con sus nubes permanentes y sus tormentas desquiciadas. El diseño de producción es una belleza también. Los trajes de astronauta, los vehículos, los muebles, los utensilios. Hay una intención clara de asemejar el look en la ropa y el interior de la nave Prometheus a la nave Nostromo de Alien. Sin embargo, es evidente que Ridley no se iba a quedar con las ganas de exhibir interfaces avanzadas de computadora que retan en belleza geek a las de Tony Stark. ¿Por qué no tenían esos gadgets y monitores holográficos los chicos de la Nostromo? El buen fan, pienso, busca justificar los evidentes 32 años entre Alien Prometheus con explicaciones como “es que la Nostromo era un remolque espacial con una tripulación obrera, la Prometheus una expedición científica de élite”.

El buen fan, como lo he llamado, también puede mirar Prometheus desde todos sus ángulos. Por un lado es una película hermosamente realizada (y divertida) que es un win solo por sus visuales, por potenciar como nunca los diseños de HR Giger, por devolvernos al universo de Alien y por ponernos a discutir en torno a sus posibilidades, a especular, a necear un rato. Y por otro lado, es una cinta con un guión MUY inconsistente y un montón de personajes que ni en sueños tienen los motivos, la frescura, la profundidad y la empatía de aquellos siete pasajeros humanos de la Nostromo en 1979. No me gustó el final-final: ver a la nave despegando. Me pareció innecesario. Y tampoco me gustó el final-final-final: no necesitaba ver al xenomorfo versión 1.0 salir de la panza del forerunner. De hecho, me cagó.

De ahí mis emociones mezcladas. Pero me gustó, lo que al final es lo único que cuenta. 

L’Arena (From «Il Mercenario»), by Ennio Morricone

«Instrumental» no podría considerarse completo sin una pieza de Morricone. Esta vez les comparto aquella música melancólica y heroica que adorna la ya legendaria escena de «Texas Funeral». No tengo que mencionar la película a la que pertenece, ¿verdad?

Tarde nublada de viernes, lluviosa en algunos puntos. La ciudad enloquece por momentos, pero personalmente estoy tranquilo. Hoy es el final de una semana importante y creo que la aproveché. Me siento contento, algo que ni la coronación del Heat en la NBA me ha echado a perder. Por cierto, Alemania ya está instalado en semifinales de la Euro, igual que Portugal. El fin de semana se esperan partidazos, mi lic. Espero que no decepcionen.

Que tengan un buen fin de semana.

New York, New York: El 35° aniversario de la película que casi destruye a Martin Scorsese

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Casi cada uno de los grandes directores de cine que habían cimentado su fama a temprana edad en la década de los 70 del siglo pasado (entre ellos Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, William Friedkin, Peter Bogdanovich, Michael Cimino…) encontró su propio y privado Waterloo fílmico casi al mismo tiempo, curiosamente en los últimos suspiros de dicha década. Despues de cinco o diez años de que sus brotes de genialidad se hubieran disparado, se encontraron de frente con un fracaso masivo, una epopeya trágica donde la ambición y el ego se habían adelantado a la madurez y la moderación. Coppola tuvo One form the Heart, Spielberg su 1941, Friedkin su insufrible Sorcerer, Bogdanovich no se quedó atrás con At Long Last Love, y Cimino nos insultó con su Heaven´s Gate (sin duda la más infame de todas… y eso es mucho decir).

En el caso de Scorsese, el iceberg era su fastuoso musical llamado New York, New York (estrenado hace exactamente 35 años; un 21 de junio de 1977). Su estrepitoso fracaso no solamente estuvo a punto de destrozar su carrera y reputación, sino que casi lo mata. Literalmente.

El desastre pudo haber comenzado con el estilo que Scorsese le dio a la cinta, un claro enfrentamiento entre modos incompatibles de la cinematografía: por un lado el viejo Hollywood que admiraba, y el nuevo Hollywood que había ayudado a cambiar. Y todo se vio agravado con su afán de abrazar el caos a través de la improvisación, que terminó inflando el plan de rodaje y el presupuesto. Lo peor de todo: la cinta fue filmada en un tiempo en el que su vida personal atravesaba por una terrible crisis –que incluía (pero no se limitaba en) abuso de cocaína, un affair con su estrella Liza Minnelli y la eventual descomposición de su matrimonio con Julia Cameron (que por esos tiempos estaba embarazada de su hija Domenica).  La mala recepción que New York, New York tuvo entre la crítica y el público (resultando en una pésima taquilla) fue la gota que derramó el vaso: cuenta la leyenda que en una de las tantas fiestas que frecuentaba por aquellos días tuvo un colapso sanguíneo que derivó en una hospitalización de emergencia. Lo que salvó su vida (y su carrera) fue “el favor” que le hizo a Robert De Niro de filmar la vida del boxeador Jack LaMota (Scorsese, al principio, estaba renuente a hacer la película, alegando que no le gustaban las películas de deportes, pero accedió al pedido de De Niro porque él fue el único amigo que lo visitó en el hospital). Aquella cinta fue conocida como Raging Bull y sí no la han visto… bueh, no tengo cómo ayudarlos.

Pero volvamos al tema: es 1976 y Scorsese está en la cima del éxito (si es que tal cosa existe), gracias a sus tres últimas películas: la revolucionaria Mean Streets (que le valió elogios del propio Sergio Leone), la calidez humana de Alice Doesn´t Live Here Anymore (por el que su estrella, Ellen Burstyn, ganó un Oscar), y Taxi Driver, cinta llena de yarbles que ganó la Palma de Oro en Cannes. Así que para su próximo proyecto, el buen Martin tiene carta blanca para hacer lo que se le hinchen las bolas con un presupuesto casi casi sin límites. ¿Y qué hace? Pues un ostentoso y pasado de moda musical de Hollywood.

Bueh, no tan pasado de moda. Mientras que New York, New York se inspiró en los musicales clásicos de directores como Busby Berkeley y Vincente Minnelli (puesto de talante sobretodo  en las artificiales calles de Nueva York construidas en los platós de MGM), también era una película que trataba de derribar las ideas y nociones convencionales sobre los musicales, con el más volátil Method-Style acting, personajes más oscuros y un final deprimente. “I still think the idea of mixing a modern foreground with an artificial background, like the old Hollywood, was a good idea”, decía Scorsese en una entrevista que le hizo Richard Schickel, años despues. “More than a homage, it was a recreation of the old Hollywood, even though I realized that the old Hollywood was gone. So maybe it was a way for a young kid who loved old Hollywood movies to try to hold on to it.”

Puesta en precario equilibrio entre lo viejo y lo nuevo de Hollywood estaba Liza Minnelli, quién interpretó el papel de la ascendente cantante Francine Evans. Su casting rindió homenaje a los musicales dirigidos por su padre y algunos estelarizados por su madre, Judy Garland (especialmente A Star Is Born, que tenía un trazado similar al de New York, New York). Al mismo tiempo, Liza representaba a la modernidad musical de Hollywood, tras haber ganado un Oscar en 1972, por Cabaret, en la que cantó las canciones cínicas de John Kander y Fred Ebb (quienes a su vez compusieron cuatro piezas para New York, New York).

Completamente del lado de lo nuevo estaba el protagonista Robert De Niro, quién interpretó el papel del frustrado saxofonista Jimmy Doyle. De Niro era el mejor actor del Method en su generación, abrazando a la inmersión como la técnica primaria. No había falsificación de modales con él, ya que incluso aprendió a tocar el saxofón lo suficientemente bien como para imitar la digitación correcta de sus piezas. De Niro y Scorsese ya estaban en la misma longitud de onda desde que filmaron juntos Mean Streets Y Taxi Driver.

Minnelli se había formado en un estilo más clásico de actuar, pero abrazó con entusiasmo los esfuerzos de improvisación de su director y su co-estrella. De acuerdo con el libro de Vincent LoBrutto: Martin Scorsese: A Biography, las improvisaciones surgidas de los interminables ensayos llevaron a Minnelli a aprender 27 formas diferentes de decirle “No” a De Niro en la secuencias del principio donde Jimmy Trata son descanso de recoger a Francine (no, no es lo que están pensando).

Sin embargo, las improvisaciones significaban continuas correcciones del guión de Earl Mac Rauch. (El co-escritor de Mean Streets, Mardik Martin trabajó en las revisiones, al igual que Julia Cameron, aunque ella no recibió ningún crédito en la pantalla). Y claro, la improvisación también causó demoras en el rodaje, hasta el punto en el que la filmación se extendió de 14 a 22 semanas; y el presupuesto se duplicó, pasando de $6 millones de dólares a por lo menos $12 millones (aunque algunos informes dicen que subió hasta $14 millones). El caos y el derroche pueden explicarse con lo siguiente: el número Happy Endings constó $350,000 dólares y tardó 10 días en filmarse, y al final fue cortado de la versión inicial (fue restaurado e insertado cuando la película se re-estrenó, unos años después).

Scorsese encontraba el proceso de improvisación emocionante, probablemente porque era lo contrario de su habitual enfoque centrado y meticulosamente planeado. “I tried to have no idea at all what I was going to do, as much as possible, on the day of shooting –as opposed to having a fairly strong idea of what I was going to do. I was really testing the limits”, le decía a Schickel. En retrospective, concluía: “I had a very chaotic style, on purpose, on New York, New York. And I found it didn´t work for me.”

Parte de ese caos venia del uso indiscriminado de la cocaína por parte de Scorsese. Otra parte era de su aventura con Minnelli, que Cameron descubrió cuando se topó con blusas de seda de la estrella en su armario. Cameron era la segunda esposa de Scorsese, había estado casada con él menos de un año y estaba en cinta, cuando descubrió que su matrimonio había acabado. Domenica Scorsese nació en septiembre de 1976, ya con la película en post-producción. El matrimonio terminó poco después.

Conscientemente o no, un poco de ese caos personal encontró su camino hacia el drama en la pantalla, que era esencialmente acerca de sí dos personas creativas podían mantener un romance. El embarazo de Francine hizo eco fuera de la pantalla, gracias a Cameron y a Diahnne Abbott, esposa de Robert De Niro (quién también tuvo un pequeño papel en la película, como cantante). El dilema de Jimmy -could he become a viable avant-garde jazzbo in a music world that pressured him to become a pop sellout?- fue sentido profundamente por Scorsese, viéndose a sí mismo con un director de cine tratando de ser un artista sin concesiones en el comercio de banalidad de Hollywood.

No es de extrañar que Scorsese se dedicara casi por completo a proyectos no-Hollywood después de concluir el rodaje de New York, New York. El proceso de edición se prolongó durante meses, pero Scorsese se retiró de la sala de edición y no se dejó ver durante tres semanas, a finales del 76, tiempo en el que se dedicó a filmar el concierto de despedida de la banda de la película, algunas entrevistas y números musicales, que generaron el material que se convertiría, en 1978, en el documental The Last Walz (estar cerca de grupos que esnifaban tanta coca, no le ayudó para nada a su adicción, dicho sea de paso). En los siguientes meses hizo otro documental: American Boy, que hablaba sobre Steven Prince, el afroamericano vendedor de armas de Taxi Driver. Scorsese también adaptó un musical de Broadway (en el que Minnelli también era la estrella) llamado The Act, que desarrollaba más el personaje de Francine Evans. Sin embargo, estando el espectáculo en pruebas de aptitud fuera de la ciudad, la relación sentimental entre ambos terminó y Scorsese fue separado del proyecto y sustituido por un incondicional de Boradway: Gower Champion.  

New York, New York ganó menos de $14 millones de dólares en taquilla, por lo que fue un fracaso muy caro. Por otra parte, fue la primera vez que los críticos se habían vuelto contra el asmático director. Éste respondió aferrándose aún más a la cocaína, poniendo en peligro su frágil salud. Sin embargo, dos años después de que se rodó, se las arreglo para terminar The Last Waltz. «The movie was therapy,» dijo a The Village Voice una vez.  «It was the only thing that held me together.» Sin embargo, el abuso de cocaine continuaba. «The only good thing about the drug use is that it was very obvious in my case,» le dijo a Schickel. «And I just had to go to that brick wall.»

El agotamiento de Scorsese en la resaca posterior a New York, New York tenía preocupados a sus amigos por su salud, recuerda, pero hizo caso omiso de sus preocupaciones hasta que un día, en septiembre de 1978, sufrió lo que él llamo “a total collapse. Tosió sangre, se desmayó y fue hospitalizado. Había sufrido una reacción adversa a una mezcla de cocaína y medicamentos para el asma. Casi tiene una embolia.

«That’s when I finally went to the hospital, and that’s when De Niro came to visit and asked if I wanted to do the film [‘Raging Bull’]. Really, we had been working on it since ‘Taxi Driver,'» le dijo a Schickel. «I realized I had nothing else to do. I had exhausted all the possibilities. Even my friends were all going off on their own. I was alone. And it was time to go back to work.»

Scorsese filmó Raging Bull como un hombre que creía que nunca llegaría a hacer otra película –ya fuera porque moriría en el proceso o porque sería vetado en Hollywood. «I had actually almost died, but by some stroke of fate it all worked out, and I didn’t die, and I was making this movie,” dijo en Australia’s Sunday Herald, en 2005. “I didn’t give a damn what was going to happen to the picture. I just wanted to put everything in it. And I was really angry. An anger that was very, very productive. I knew that it would probably be the last picture I made.» No solo por su precaria salúd, sino porque «I just felt that there wasn’t any place for me any longer in filmmaking. Particularly in America.”

Afortunadamente, Scorsese estaba espectacularmente equivocado. Raging Bull no solo fue un éxito, sino que inmediatamente se le colocó como su obra maestra, un veredicto que no ha cambiado en los últimos 32 años de su legendaria y prolífica carrera (aunque ya saben ustedes que yo prefiero Goodfellas, pero bueh). Ahora, con 69 años, Scorsese quiere vivir para seguir haciendo más películas y seguir siendo el cineasta americano más admirado con vida.

¿Y New York, New York? Bueno, se le recuerda principalmente por su tema principal, que se convirtió en un elemento básico en los conciertos de Liza Minnelli y en un hit enorme de Frank Sinatra (así como en el himno no oficial de la Gran Manzana). La película en sí sigue ganado críticas muy variadas aunque tiene su legión de fieles y feroces defensores. Sin embargo, Scorsese reconoce su propia insatisfacción con la película, pero al menos le enseñó que podía escapar, caer de bruces y todavía recuperarse. En su  opinión, era un correctivo necesario a la cabeza inflada que desarrolló después de Taxi Driver. Como le dijo al autor Peter Biskind en 1991: «I will always thank the French for giving me that grand prize to allow me to reveal to myself what a total failure I could be.»      

Cuando Guns ‘n Roses dominaba el mundo

Gunsnrosesterminator

Hace 21 años, el verano pertenecía a Arnold y a Axl. El primero rompía (y le rompían) madres en Terminator 2: Judgment Day, la ultrachingona película de James Cameron que nos dejó bizcotuertos con aquellos efectitos del ‘metal líquido’ (Madre dice que me llevó al cine, pero sinceramente no me acuerdo; tenia yo 2 años y ¾). La canción del filme era You Could Be Mine, primer sencillo de uno de los dos nuevos álbumes de Guns N’ Roses. Cuenta mi hermano que aún recuerda la ‘premiere mundial’ en MTV. Grabó el video y lo transfirió a uno de los casettes Sony SR de Metal (lo de SR, decían él y sus panas, era  por ‘serie rocker’… con todo respeto, qué pendejos) para escucharlo en su superestéreo Aiwa (que después pasó a ser mi superestéreo Aiwa).

Qué buenos tiempos.

Tengo la idea de que las décadas no terminan con el último año de éstas, sino varios después. Hay un ‘rebote’ del estilo, la estética, las ideas y los gustos de la década anterior. Yo creo que los ochenta acabaron hasta 1992-93, los noventa hasta el 9/11 and so on. Dicho esto, los tiempos en los que los Guns N’ Roses dominaban el planeta Tierra eran los ochenta. Aunque los Use Your Illusion se lanzaran en septiembre de 1991.

El primero que mi hermano compró fue el tomo 2. Lo compró en el Sanborns de Plaza Satélite (fuimos satelúcos por aproximadamente 1 año y 1/3) y estaba que se venía, según sus propias palabras. Su pana Lalo Patrañas se había traído el hermoso y flamante acetato del Appetite for Destruction en el verano del 87, y desde entonces no soltó a los Guns. Para los Use Your Illusion la fanaticada ya estaba hirviendo, sobre todo por la promoción de T2. Y porque se respiraba el rumorcito de que éste sería EL DISCO de su generación. Mi hermano ya no compró el vinil, sino el CD (con au-dio-di-gi-taaaaal), y la primera rola que escuchó, obvio, fue Civil War.

Qué chingón.

Al otro día regresó a Sanborns (qué mal lugar para comprar discos) y adquirió el Use Your Illusion I. Se dio cuenta que había comprado primero el 2 porque le gustaba más el azul (duh), pero también le latió el primer volumen. Cuando escuchó Right Next Door to Hell, track 1, pensó algo así como “verga, esto es el rock”. Sobra decir que mamó ambos discos, y se tragó completita la fusión rock-metal-sinfónico-teatral. Le dedicó a su novia de la prepa November Rain. Grabó los videos mamones que hacían una especie de trilogía sobre los problemas mentales de Axl Rose. Por supuesto, vio a GN’R cuando estuvieron en el Palacio de los Deportes, y comprobó que Slash tocaba bien mal, y que a Axl le quedaba muy poca voz. Pero era el rock, mis amiguitos. Para entonces, ya era 1992, se celebraban los 500 años del descubrimiento de América, estaba in hacerse pasar por jipiteca, y el metal-hardrock comenzaba a ser desplazado por la onda grunge, el sonido de Seattle. Nirvana sonaba ya con el Nevermind y Pearl Jam empezaba su jornada histórica con el Ten, etcétera, etcétera.

Evidentemente, yo soy más sensato con respecto a los Use Your Illusion. Y mi hermano también lo es ya, en estos tiempos. Pero él sí los tiene en su iPod. Y todavía se da sus gustos culpables (según sus propias palabras), como cantar a todo volumen, en el tráfico desquiciado del DF, Double Talkin’ Jive (yo también lo hago, a veces) o Estranged (que me caga, por cierto).

Este post nostálgico fue traido hasta ustedes gracias al Burrito Metiche, que piensa que el sombrero de Slash es lo más cool del mundo en el año 2012. ¡El sombrero de Slash nunca fue cool, siempre fue idiota y sobreactuado! ¡Y si no lo era en 1991 mucho menos en 2012! ¡Estúpido!