Casi cada uno de los grandes directores de cine que habían cimentado su fama a temprana edad en la década de los 70 del siglo pasado (entre ellos Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, William Friedkin, Peter Bogdanovich, Michael Cimino…) encontró su propio y privado Waterloo fílmico casi al mismo tiempo, curiosamente en los últimos suspiros de dicha década. Despues de cinco o diez años de que sus brotes de genialidad se hubieran disparado, se encontraron de frente con un fracaso masivo, una epopeya trágica donde la ambición y el ego se habían adelantado a la madurez y la moderación. Coppola tuvo One form the Heart, Spielberg su 1941, Friedkin su insufrible Sorcerer, Bogdanovich no se quedó atrás con At Long Last Love, y Cimino nos insultó con su Heaven´s Gate (sin duda la más infame de todas… y eso es mucho decir).
En el caso de Scorsese, el iceberg era su fastuoso musical llamado New York, New York (estrenado hace exactamente 35 años; un 21 de junio de 1977). Su estrepitoso fracaso no solamente estuvo a punto de destrozar su carrera y reputación, sino que casi lo mata. Literalmente.
El desastre pudo haber comenzado con el estilo que Scorsese le dio a la cinta, un claro enfrentamiento entre modos incompatibles de la cinematografía: por un lado el viejo Hollywood que admiraba, y el nuevo Hollywood que había ayudado a cambiar. Y todo se vio agravado con su afán de abrazar el caos a través de la improvisación, que terminó inflando el plan de rodaje y el presupuesto. Lo peor de todo: la cinta fue filmada en un tiempo en el que su vida personal atravesaba por una terrible crisis –que incluía (pero no se limitaba en) abuso de cocaína, un affair con su estrella Liza Minnelli y la eventual descomposición de su matrimonio con Julia Cameron (que por esos tiempos estaba embarazada de su hija Domenica). La mala recepción que New York, New York tuvo entre la crítica y el público (resultando en una pésima taquilla) fue la gota que derramó el vaso: cuenta la leyenda que en una de las tantas fiestas que frecuentaba por aquellos días tuvo un colapso sanguíneo que derivó en una hospitalización de emergencia. Lo que salvó su vida (y su carrera) fue “el favor” que le hizo a Robert De Niro de filmar la vida del boxeador Jack LaMota (Scorsese, al principio, estaba renuente a hacer la película, alegando que no le gustaban las películas de deportes, pero accedió al pedido de De Niro porque él fue el único amigo que lo visitó en el hospital). Aquella cinta fue conocida como Raging Bull y sí no la han visto… bueh, no tengo cómo ayudarlos.
Pero volvamos al tema: es 1976 y Scorsese está en la cima del éxito (si es que tal cosa existe), gracias a sus tres últimas películas: la revolucionaria Mean Streets (que le valió elogios del propio Sergio Leone), la calidez humana de Alice Doesn´t Live Here Anymore (por el que su estrella, Ellen Burstyn, ganó un Oscar), y Taxi Driver, cinta llena de yarbles que ganó la Palma de Oro en Cannes. Así que para su próximo proyecto, el buen Martin tiene carta blanca para hacer lo que se le hinchen las bolas con un presupuesto casi casi sin límites. ¿Y qué hace? Pues un ostentoso y pasado de moda musical de Hollywood.
Bueh, no tan pasado de moda. Mientras que New York, New York se inspiró en los musicales clásicos de directores como Busby Berkeley y Vincente Minnelli (puesto de talante sobretodo en las artificiales calles de Nueva York construidas en los platós de MGM), también era una película que trataba de derribar las ideas y nociones convencionales sobre los musicales, con el más volátil Method-Style acting, personajes más oscuros y un final deprimente. “I still think the idea of mixing a modern foreground with an artificial background, like the old Hollywood, was a good idea”, decía Scorsese en una entrevista que le hizo Richard Schickel, años despues. “More than a homage, it was a recreation of the old Hollywood, even though I realized that the old Hollywood was gone. So maybe it was a way for a young kid who loved old Hollywood movies to try to hold on to it.”
Puesta en precario equilibrio entre lo viejo y lo nuevo de Hollywood estaba Liza Minnelli, quién interpretó el papel de la ascendente cantante Francine Evans. Su casting rindió homenaje a los musicales dirigidos por su padre y algunos estelarizados por su madre, Judy Garland (especialmente A Star Is Born, que tenía un trazado similar al de New York, New York). Al mismo tiempo, Liza representaba a la modernidad musical de Hollywood, tras haber ganado un Oscar en 1972, por Cabaret, en la que cantó las canciones cínicas de John Kander y Fred Ebb (quienes a su vez compusieron cuatro piezas para New York, New York).
Completamente del lado de lo nuevo estaba el protagonista Robert De Niro, quién interpretó el papel del frustrado saxofonista Jimmy Doyle. De Niro era el mejor actor del Method en su generación, abrazando a la inmersión como la técnica primaria. No había falsificación de modales con él, ya que incluso aprendió a tocar el saxofón lo suficientemente bien como para imitar la digitación correcta de sus piezas. De Niro y Scorsese ya estaban en la misma longitud de onda desde que filmaron juntos Mean Streets Y Taxi Driver.
Minnelli se había formado en un estilo más clásico de actuar, pero abrazó con entusiasmo los esfuerzos de improvisación de su director y su co-estrella. De acuerdo con el libro de Vincent LoBrutto: Martin Scorsese: A Biography, las improvisaciones surgidas de los interminables ensayos llevaron a Minnelli a aprender 27 formas diferentes de decirle “No” a De Niro en la secuencias del principio donde Jimmy Trata son descanso de recoger a Francine (no, no es lo que están pensando).
Sin embargo, las improvisaciones significaban continuas correcciones del guión de Earl Mac Rauch. (El co-escritor de Mean Streets, Mardik Martin trabajó en las revisiones, al igual que Julia Cameron, aunque ella no recibió ningún crédito en la pantalla). Y claro, la improvisación también causó demoras en el rodaje, hasta el punto en el que la filmación se extendió de 14 a 22 semanas; y el presupuesto se duplicó, pasando de $6 millones de dólares a por lo menos $12 millones (aunque algunos informes dicen que subió hasta $14 millones). El caos y el derroche pueden explicarse con lo siguiente: el número Happy Endings constó $350,000 dólares y tardó 10 días en filmarse, y al final fue cortado de la versión inicial (fue restaurado e insertado cuando la película se re-estrenó, unos años después).
Scorsese encontraba el proceso de improvisación emocionante, probablemente porque era lo contrario de su habitual enfoque centrado y meticulosamente planeado. “I tried to have no idea at all what I was going to do, as much as possible, on the day of shooting –as opposed to having a fairly strong idea of what I was going to do. I was really testing the limits”, le decía a Schickel. En retrospective, concluía: “I had a very chaotic style, on purpose, on New York, New York. And I found it didn´t work for me.”
Parte de ese caos venia del uso indiscriminado de la cocaína por parte de Scorsese. Otra parte era de su aventura con Minnelli, que Cameron descubrió cuando se topó con blusas de seda de la estrella en su armario. Cameron era la segunda esposa de Scorsese, había estado casada con él menos de un año y estaba en cinta, cuando descubrió que su matrimonio había acabado. Domenica Scorsese nació en septiembre de 1976, ya con la película en post-producción. El matrimonio terminó poco después.
Conscientemente o no, un poco de ese caos personal encontró su camino hacia el drama en la pantalla, que era esencialmente acerca de sí dos personas creativas podían mantener un romance. El embarazo de Francine hizo eco fuera de la pantalla, gracias a Cameron y a Diahnne Abbott, esposa de Robert De Niro (quién también tuvo un pequeño papel en la película, como cantante). El dilema de Jimmy -could he become a viable avant-garde jazzbo in a music world that pressured him to become a pop sellout?- fue sentido profundamente por Scorsese, viéndose a sí mismo con un director de cine tratando de ser un artista sin concesiones en el comercio de banalidad de Hollywood.
No es de extrañar que Scorsese se dedicara casi por completo a proyectos no-Hollywood después de concluir el rodaje de New York, New York. El proceso de edición se prolongó durante meses, pero Scorsese se retiró de la sala de edición y no se dejó ver durante tres semanas, a finales del 76, tiempo en el que se dedicó a filmar el concierto de despedida de la banda de la película, algunas entrevistas y números musicales, que generaron el material que se convertiría, en 1978, en el documental The Last Walz (estar cerca de grupos que esnifaban tanta coca, no le ayudó para nada a su adicción, dicho sea de paso). En los siguientes meses hizo otro documental: American Boy, que hablaba sobre Steven Prince, el afroamericano vendedor de armas de Taxi Driver. Scorsese también adaptó un musical de Broadway (en el que Minnelli también era la estrella) llamado The Act, que desarrollaba más el personaje de Francine Evans. Sin embargo, estando el espectáculo en pruebas de aptitud fuera de la ciudad, la relación sentimental entre ambos terminó y Scorsese fue separado del proyecto y sustituido por un incondicional de Boradway: Gower Champion.
New York, New York ganó menos de $14 millones de dólares en taquilla, por lo que fue un fracaso muy caro. Por otra parte, fue la primera vez que los críticos se habían vuelto contra el asmático director. Éste respondió aferrándose aún más a la cocaína, poniendo en peligro su frágil salud. Sin embargo, dos años después de que se rodó, se las arreglo para terminar The Last Waltz. «The movie was therapy,» dijo a The Village Voice una vez. «It was the only thing that held me together.» Sin embargo, el abuso de cocaine continuaba. «The only good thing about the drug use is that it was very obvious in my case,» le dijo a Schickel. «And I just had to go to that brick wall.»
El agotamiento de Scorsese en la resaca posterior a New York, New York tenía preocupados a sus amigos por su salud, recuerda, pero hizo caso omiso de sus preocupaciones hasta que un día, en septiembre de 1978, sufrió lo que él llamo “a total collapse. Tosió sangre, se desmayó y fue hospitalizado. Había sufrido una reacción adversa a una mezcla de cocaína y medicamentos para el asma. Casi tiene una embolia.
«That’s when I finally went to the hospital, and that’s when De Niro came to visit and asked if I wanted to do the film [‘Raging Bull’]. Really, we had been working on it since ‘Taxi Driver,'» le dijo a Schickel. «I realized I had nothing else to do. I had exhausted all the possibilities. Even my friends were all going off on their own. I was alone. And it was time to go back to work.»
Scorsese filmó Raging Bull como un hombre que creía que nunca llegaría a hacer otra película –ya fuera porque moriría en el proceso o porque sería vetado en Hollywood. «I had actually almost died, but by some stroke of fate it all worked out, and I didn’t die, and I was making this movie,” dijo en Australia’s Sunday Herald, en 2005. “I didn’t give a damn what was going to happen to the picture. I just wanted to put everything in it. And I was really angry. An anger that was very, very productive. I knew that it would probably be the last picture I made.» No solo por su precaria salúd, sino porque «I just felt that there wasn’t any place for me any longer in filmmaking. Particularly in America.”
Afortunadamente, Scorsese estaba espectacularmente equivocado. Raging Bull no solo fue un éxito, sino que inmediatamente se le colocó como su obra maestra, un veredicto que no ha cambiado en los últimos 32 años de su legendaria y prolífica carrera (aunque ya saben ustedes que yo prefiero Goodfellas, pero bueh). Ahora, con 69 años, Scorsese quiere vivir para seguir haciendo más películas y seguir siendo el cineasta americano más admirado con vida.
¿Y New York, New York? Bueno, se le recuerda principalmente por su tema principal, que se convirtió en un elemento básico en los conciertos de Liza Minnelli y en un hit enorme de Frank Sinatra (así como en el himno no oficial de la Gran Manzana). La película en sí sigue ganado críticas muy variadas aunque tiene su legión de fieles y feroces defensores. Sin embargo, Scorsese reconoce su propia insatisfacción con la película, pero al menos le enseñó que podía escapar, caer de bruces y todavía recuperarse. En su opinión, era un correctivo necesario a la cabeza inflada que desarrolló después de Taxi Driver. Como le dijo al autor Peter Biskind en 1991: «I will always thank the French for giving me that grand prize to allow me to reveal to myself what a total failure I could be.»